Con permiso, me despido
Con pena aprovecho estas líneas para despedirme agradecido de la hermosa parroquia de Santa Eulalia de Vilapicina. Era un viernes de julio cuando descolgué el teléfono y al otro lado de la línea estaba el Señor Cardenal. Me proponía poder ser formador de una etapa del Seminario Interdiocesano de Cataluña. Resulta que los Obispos habían decidido unificar todos los Seminarios en uno solo, y necesitaban rehacer el equipo de los formadores, y por lo que os explico, me tocó a mí. ¿Qué os puedo decir? Enseguida le hablé al Sr. Cardenal de la Parroquia… Pero me dijo que ahora me pedía este otro servicio para el Seminario, que es verdad que es el corazón de la Diócesis. Y, ciertamente, la misión de ser formador del Seminario es un honor y requiere entrega y sabiduría para poder guiar a aquellos chicos que el día de mañana serán pastores de la comunidad, como yo he sido de la vuestra.
De verdad, para mí ha sido fuente de crecimiento, de alegría, de aprendizaje. Y por esto os doy las gracias a todos. Entre vosotros he sentido más que nunca el oficio de mediador del sacerdote, que está entre Dios y los hombres. De alguna manera, los hombres se confían al sacerdote -sus vidas, sus historias, sus dramas-, y el sacerdote escucha con una atención de pastor sacerdotal- a la persona, para intentar ofrecer una luz divina, una inspiración de Dios, una esperanza que viene de lo alto. Además, mediante la Misa y la Oración, el sacerdote también prolonga tal mediación, porque eleva las manos para interceder constantemente por su Pueblo. En realidad, el sacerdote no deja de velar día y noche por sus ovejas, aunque a veces no he podido estar entre vosotros, por otros trabajos, otros compromisos y obligaciones. Todo esto me hace pensar en el sacerdote, en su gran misión, y en la formación de los futuros sacerdotes. Ante todas estas cosas, uno se siente pequeño y débil, pero trata de responder cada día a la llamada del Señor. Solo puedo agradeceros de corazón vuestro aliento diario, que el nuevo párroco -que se acerca a ustedes en el nombre del Señor-, estoy seguro, también sentirá. Y así todos, no lo olviden, vamos caminando por el mismo camino -aunque no nos veamos-, hacia el Reino de los Cielos. ¿No es esto? ¡Os recordaré siempre!
Mn. Ignasi


